De cómo acabé siendo cocinera de unos italianos en Senegal
- Conichigua
- 21 abr 2016
- 4 Min. de lectura
Cuando una va a otros países y le gusta la cocina, no puede evitar intentar indagar sobre la gastronomía del lugar y aprender todo lo que pueda sobre nuevos platos. Pero lo que nunca imaginé es que cuando llegué a Senegal para ser voluntaria en una ONG, acabaría siendo cocinera para unos italianos.
En la casa-sede de la ONG italiana donde vivía y colaboraba como voluntaria en Mbour trabajaban dos hermanas, Thérèse y Madeleine y en ocasiones también la hija de la primera, Marie. Realizaban las tareas del hogar y nos preparaban la comida para el mediodía. A mí me encanta aprender recetas nuevas y mucho más si son de otros países, como guisos de pescado en Camerún o chapati en India.
Preparando chapatis en la India y machacando bien los ingredientes para un guiso de pescado en Camerún.
Aprovechando mi estancia allí intenté aprender todo lo que pude sobre la gastronomía senegalesa y también italiana. Thérèse lleva media vida trabajando en esa ONG cocinando para los italianos, así que era toda una experta en platos de pasta y otras delicias. De hecho, la mejor salsa bechamel que he aprendido a hacer fue gracias a ella, sin grumos ni nada. Así que cada vez que nos hicieron algún plato nuevo yo me preparaba mi libreta, mi boli y cámara de fotos para poder tomar nota de todos los pasos.

Moliendo el fruto de palma para obtener el aceite en Yaundé, Camerún.
Pero un mes y pico antes de irme, Thérèse, quien normalmente se ocupaba de la comida, estuvo de baja todo ese tiempo. Total, que el resto de los voluntarios necesitaban que alguien se encargara de hacer las comidas diarias. Como yo era la que menos tareas asignadas tenía, dado que mi nivel de francés e italiano no estaba a la altura del de ellos, finalmente me tocó a mí. Cosa que no me importó en absoluto. Al contrario, estaba encantada de pasar mi tiempo cocinando, pues tenía demasiado tiempo libre entre diario y como no hablaba muy bien italiano, mi conversación se reducía bastante.
Lo primero era intentar que no cundiera el pánico cuando los italianos supieran que no iba a cocinar pasta todos los santos días. Aún recuerdo mis primeros días cuando viví por un tiempo en Nápoles, con la familia de quien era mi pareja por aquel entonces. Los italianos y, en especial los napolitanos, son bastante orgullosos de su gastronomía. No es para menos. Después de todo son los creadores de la verdadera pizza, la mozzarella, etc. Gracias al cielo por el pueblo napolitano. De hecho, si esta familia abriera un restaurante en Madrid, estoy segura de que se forraría de inmediato. Todos los miembros eran verdaderos chefs. Que si el padre hacía un risotto frutti di mare (de marisco) increíble, la madre el tiramisú más bueno que he probado en mi vida y el hijo... en fin el hijo, como se suele decir, me conquistó por el estómago, todo lo que cocinaba estaba delicioso.
Mmmmm se me hace la boca agua recordando esas delicias: risotto, gnocchi y spaguetti.
Pero un pueblo orgulloso de su gastronomía puede ser difícil de introducir en algunas comidas nuevas. Mi novio, que le gustaba como cocinaba yo (él era mucho más abierto en estas cuestiones) me animó a cocinar para su familia algún que otro día para darles a conocer algunos platos distintos. Recuerdo como si fuera ayer a toda la familia en la cocina allí reunida y él explicándoles en napolitano que ese día iba a cocinar yo y que, efectivamente, no sería pasta. ¡¿Cómo?! ¿Que en España no comemos todos los días pasta? Pero, ¿entonces qué comemos? Pero, ¡qué difícil pensar todos los días en algo que no fuera pasta para comer! Qué tragedia!! Mamma mia! Yo no sabía qué decir, me sentía fatal, en parte porque me costaba aguantar la risa, en parte porque esa familia que me había abierto la puerta de su casa sin miramientos ¡estaban a punto de renunciar a un día de su vida sin pasta por mi culpa!

La familia napolitana cuando les dije que hoy no comerían pasta.
Así que cuando me encomendaron la tarea de cocinillas en la ONG, esa escena pasó por mi mente. Afortunadamente y a pesar de que teníamos una estantería llena de veinte tipos distintos de pasta, los voluntarios allí eran mucho más abiertos que mi querida familia napolitana, así que no hubo tanto problemas.
Cociné muchas cosas para ellos: calamares en su tinta, crema de calabaza, pastel de cabracho, huevos rotos, tortilla de patata, etc. También platos senegaleses que me habían enseñado Thérèse, Madeleine y Marie. Hice platos indios con las especias que me traje de mi viaje al Himalaya e incluso algunas recetas italianas para no ser muy cruel, que los tenía faltos de pasta jeje De hecho el que era mi novio napolitano me dijo que cocinaba la lasaña mucho mejor que algunos italianos, cosa que es todo un cumplido! :)

Preparando Yassa Poulet en Mbour, Senegal.
Ser cocinera de la ONG no era lo que tenía en mente cuando aterricé en Senegal, pero la verdad es que me gustó la tarea, lo disfruté como una enana y lo recuerdo con mucho cariño.
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