¡Bienvenidos a Conichigua!
Detrás de todo este pequeño blog estoy yo, Vero.
Si tienes curiosidad por saber cómo he ido atesorando las historias que escribo en Conichigua, sólo tienes que seguir leyendo más abajo donde cuento cómo un día decidí emepezar a vivir como siempre había soñado.
Gracias a mis experiencias en ONG’s tanto como profesional como voluntaria, he podido viajar y vivir en lugares remotos y no tan remotos, mientras me dedicaba a lo que más me gustaba: a viajar, a la cooperación y a la gastronomía. Pero también mi tiempo libre me dedico a descubrir nuevos sitios (dentro y fuera de España).

Con el paso de los años, he ido atesorando anécdotas, reflexiones, recetas, recomendaciones… Y por fin me he decidido a escribirlas. Unas veces con humor o con un poquito de ironía y otras veces un poco más críticas. Pero siempre con mucho cariño esperando poder compartirlas con todo aquel que quiera perder un poco de tiempo en mis historias.

¿De dónde viene lo de Conichigua?
El nombre se lo debo a mi perrita Coni, aunque ella, a su vez, me debe el suyo a mí. Mi hermana de pequeña no sabía decir Verónica así que decidió que era mucho más fácil llamarme Coni.
Pasados los años, cuando mi hermana adoptó a nuestra perrita le pareció muy lógico llamarla igual que a su hermana pequeña. A todo el mundo le hizo mucha gracia así que así se quedó. Sí, muy maja ella. Ahora Coni tiene varios apodos: Conita, Chigüita,...y de ahí decidí que mi blog se llamaría como uno de ellos: Conichigua.
Y, ¿cómo empezó esto de viajar?
Nací el 8 de marzo de 1984 en Madrid pero no siempre he vivido aquí. Primero porque por el trabajo de mi padre siempre andábamos cambiando de ciudad: Madrid, Toledo, Albacete y otra vez Madrid. Y después, ya desde hace unos años he vivido en diferentes lugares: Reino Unido, Camerún, Italia, Senegal, etc. Lo que contribuye a que no sienta un fuerte arraigo por un solo sitio en especial.
Ya desde pequeñita me ha encantado investigar nuevos sitios, hasta el pueblo que podía estar al lado de mi casa. Pero según fui creciendo y mis horizontes se fueron expandiendo. Mi primera experiencia en el extranjero sin mi familia, como para muchos, fue el viaje de fin de curso del instituto a Italia. Fue un viaje exprés, con la edad del pavo, así que no aún no sabía valorar muchas cosas importantes de un viaje. Estaba centrada más en pasármelo bien. Aún así en mi quedo la semillita plantada de la curiosidad por conocer lugares diferentes.

Más tarde, ya en la universidad, aprovechando mis ahorrillos de trabajar como camarera, me monté un interrail por Europa con una amiga. Fue una de las mejores experiencias que tuve hasta ese momento: íbamos sin ningún plan definido, siempre llegando a última hora a los albergues, sin saber muy bien dónde estaban y suplicando que nos dejaran dormir en algún sitio. Con el añadido de que por aquel entonces ninguna de las dos hablábamos muy bien inglés. En una misma frase podíamos meter hasta tres idiomas como "I want café avec lait". Sí, aún me quedaba algo de pavo.
En ese caótico pero maravilloso viaje pisamos países como Francia, Luxemburgo, Bélgica y Holanda. Y fue inolvidable. Tanto por todos los sitios preciosos que conocimos, como por la vivencia de ir haciendo todo sobre la marcha, sin ningún plan, sintiéndonos totalmente libres.
Mi etapa londinense
Después de aquello tuve algunos viajes con la universidad como Cuba o Túnez. Pero todo era siempre en plan turista. Lo típico de todo incluido y con todo el itinerario súper mega organizado. Así que fue bonito, pero no es de esos viajes que te marcan. En mi opinión es realmente difícil conocer verdaderamente la cultura de un país con este tipo de viajes.


Una vez terminé la carrera decidí que me quería dedicar al mundo de las ONG's, pero para ello necesitaba urgentemente mejorar mi inglés. Así que me fui a Londres a vivir. Fue mi primera estancia larga fuera de casa. Al principio estaba aterrorizada, echaba mucho de menos a mi familia y el poco inglés que sabía del cole no me salía y me sentía como un niña pequeña cuando hablaba con alguien. Pero según fue pasando el tiempo me fui adaptando cada vez mejor y tenía muchos amigos de la escuela de inglés que estaban en mi misma situación, así que eso ayudó mucho.
Los dos primeros meses viví con familias indias mientras estudiaba inglés en una escuela, pero luego conseguí un trabajo como camarera y pude mudarme a un piso compartido. Vivía con un vasco, dos sudafricanas, una colombiana, otra chica latina que no me acuerdo bien de dónde era y el que era por entonces mi novio. Total que éramos unas 7 personas en un piso minúsculo y un solo baño. Todo un reto. Hubo sus momentos complicados, pero en general, fue una de las etapas más divertidas que he vivido. En todo el edificio y el de enfrente vivía gente extranjera en la misma situación y como Londres es tan sumamente caro, lo que hacíamos para pasar los fines de semana era turnarnos cada semana para montar la fiesta en cada casa. Fue todo un desmadre.

Preparando el camino
Después de una temporada en paro, volví a España, encontré trabajo y con los ahorros me pagué mi tan ansiado Máster en Cooperación Internacional. Con todas las historias que oí en clase sobre las experiencias de mis compañeros y de los profesores no veía la hora de salir al mundo y meterme de lleno en ello.
Pero el momento se hizo esperar. Trabajé de prácticas en alguna ONG y también como voluntaria en otras. Y tras un tiempo buscando trabajo, por fin conseguí uno como coordinadora en una pequeña ONG en Madrid. El trabajo me encantaba. En un principio todo era dedicado a la cooperación y aprendí un montón. Incluso tuve la ocasión de hacer un viaje como auditora a Bolivia, donde viaje a pueblos recónditos en los Andes.

Pero poco a poco mis jefes decidieron que ya no querían dedicarse tanto a ello y centrarse más en programas sociales en España, en lugar de en países en desarrollo. Era también muy interesante, pero mis conocimientos no daban para ello y ya no me sentía tan valorada como antes. Además de que era básicamente un trabajo de oficina, así que siempre tenía la espinita clavada, queriendo viajar a terreno para ver de cerca cómo se trabajaba allí y aprender todo lo que pudiera.
Mientras tanto, había intentado calmar el gusanillo con viajes cortos como a Bristol, Edimburgo, ... no sé por qué pero siempre me ha encantado Reino Unido.
Sin embargo, después de dos años escuchando las promesas de mis jefes de que en cuanto pasaran lo dos años dejarían de hacerme contrato de prácticas profesionales y me harían un contrato como se merecía, cuando llegó el momento decidieron que ya no valía para el puesto y adiós muy buenas. Fue un duro golpe pero con el tiempo pude ver que me habían hecho un gran favor. Ahora podía intentar irme a terreno y enseguida empecé a buscar ONG's que me ayudaran con ello.
Por fin en terreno. ¡Allá voy Camerún!
Así es como, en 2013, fui elegida para realizar un Servicio de Voluntariado Europeo en Camerún. Cuando me lo dijeron no cabía en mí de felicidad pero por otro lado estaba un poco miedosilla. Ya había vivido en otro país, pero ahora tocaba uno totalmente distinto y tenía que alejarme de la vida que conocía por 6 meses.

Camerún marcó un claro antes y después en mi vida. Como en Londres, el primer mes y pico estaba un poco nostálgica, echando de menos a mi familia, a mi novio (con el que llevaba un tiempo viviendo) y a mis amigos. Sin embargo, tuve la enorme fortuna de encontrar una gran compañera allí que ya sería para siempre como mi hermana. Estábamos tan asombradas de lo parecidas que éramos que no nos hubiera extrañado que alguien nos hubiera dicho que nos separaron al nacer, dándonos a cada una la mitad de un medallón y a una la llevaron a España y a la otra a Hungría para años después reencontrarnos en Camerún y juntar nuestros medios medallones. Gracias a ese apoyo ya empecé a ver todo con otros ojos y valorar todo lo que estaba viviendo, la gente que me rodeaba y todo lo que podía aprender.

Cuando estaba a punto de irme, las cuatro voluntarias (italiana, francesa, húngara y yo, española) que convivimos durante esos 6 meses estábamos en estado de shock. Habíamos compartido tantas cosas entre nosotras y con nuestros amigos y familia cameruneses que una pedazo de nuestro corazón se iba a quedar allí irremediablemente. Y justo antes de irme, una de las ONG's socias con la que colaborábamos me ofreció trabajo como coordinadora de proyectos y voluntariado.
Todo fue muy raro, por no contar con el enorme shock cultural que tenía cuando regresé a España. Parte de mí estaba aún en Camerún, pero mi vida había continuado en Madrid. Mi familia, mis amigos, mi casita en Lavapiés y, sobretodo mi novio, me estaban esperando. Pero algo en mí había empezado a nacer en mí y ya no iba a poder pararlo más, y eran mis ganas de viajar y de vivir en sitios extraños.
Así que después de un par de meses pensándomelo decidí dejar mi vida atrás y aceptar esa oportunidad en Camerún. Ahora era muy distinto. Ya no iba con un programa europeo que me guardaba las espaldas. Ahora iba yo sola, con un trabajo de verdad y con mi propia casita en la comunidad local donde trabajaría. Por un lado era emocionante, pero por otro fue durísimo tener que decir adiós para poder vivir todas esas cosas. Tuve que hacerme a la idea de mi nueva situación y reunir las fuerzas para superarlo y poder con lo que venía por delante. Pero también me sentía orgullosa de mí misma. No sabía cómo iba a salir todo aquello, pero me sentía independiente, dueña de mi vida y totalmente libre. Hacía lo que quería, cuando quería y no tenía que dar cuentas a nadie. En mi trabajo aprendía mucho y al mismo tiempo yo también podía aportar bastantes cosas. Tenía a mis amigos allí y a mi propia familia.

Durante mi segunda estancia allí disfruté mucho con mi trabajo y también conociendo muchas más cosas de Camerún que no había podido conocer la primera vez. Pero tras un tiempo allí empecé a tener algunos problemas de salud que no había forma de solucionar. Así que pensé que era hora de volver a Europa (aunque temporalmente) para recuperarme.
En esta segunda etapa, cómo no, también me llegó el amor y hacia el final de mi estancia en Camerún, yo necesitaba volver a irme y dio la casualidad de que este chico me ofreció irme con él a vivir un tiempo en su ciudad, Nápoles.
No puedo parar: Italia, India y después Senegal
Así es como me estuve durante un año viviendo entre Nápoles y Madrid, con un breve periodo en el Norte de la India (por trabajo). Conociendo todo lo que pude sobre estos maravillosos países, su gente, su cultura y sobre todo, su gastronomía (no lo puedo evitar!).

Con el tiempo tuve la oportunidad de ir a vivir a Mbour (Senegal) y colaborar con una ONG italiana allí. Una vez más me encontraba viviendo en el continente africano, conociendo la cultura senegalesa y pudiendo confirmar lo que ya sabía: que efectivamente África no es un país, como se tiende a pensar, y lo distintas que son las culturas Senegalesa y Camerunesa.
En Senegal fue donde nació este blog. Siempre me rondaba la idea de hacerlo. Cuando viajaba siempre escribía a mi gente sobre lo que vivía en otros países. Pero en Senegal tuve mucho tiempo libre y veía tantas cosas que quería contar: anécdotas, lugares preciosos, reflexiones, recetas... que finalmente me animé. Y no puedo estar más feliz con mi decisión. Me encanta poder escribir sobre todo ello y cuando veo que a la gente le gusta es un subidón total.

Y, ¿ahora? A por nuevas aventuras!
Ahora toca una etapa nueva. Después de Senegal decidí volver a España para pararme a pensar (necesito pararme a pensar mucho. Soy así de lentita, qué le vamos a hacer) y saber qué es lo que quiero.
Mientras tanto seguiré con Conichigua e intentando combinar lo que más me gusta: viajes, gastronomía y solidaridad :)
Espero poder contaros muchas más historias. Os espero!