Masterchef camerunés
- Conichigua
- 16 mar 2016
- 3 Min. de lectura
Era un viernes normal y corriente a finales de octubre en la escuela de la comunidad rural de Nkolfoulou, a las afueras de Yaundé (Camerún). Era el último día de evaluación, pues cada seis semanas los nenes tienen exámenes sobre lo aprendido en el mes y medio anterior. Lo que no sabíamos era la maravilla que estábamos a punto de descubrir.
Mis compañeras y yo estábamos en la oficina ocupándonos del trabajo diario cuando, de repente, nos empieza a entrar un hambre tremendo y empezamos a salivar de una forma que no era normal a esas horas. Es entonces cuando me doy cuenta de que es porque, efectivamente, huele genial a comida y que viene del patio de la escuela. Cosa muy extraña, ya que el colegio, al estar metido casi en plena selva, no tiene muchas casas a su alrededor, con lo que nos parecía muy extraño que ese olor delicioso llegara de alguna cocina cercana.
Cuando salimos al patio para ver qué es lo que pasa vemos un montón de hogueritas en el suelo con sus respectivas cacerolas y sartenes y que, ¡los/as niños/as están cocinando! Resulta que uno de los exámenes es de carácter práctico y que los nenes tienen que demostrar sus habilidades, ya sea cocinando o construyendo alguna cosa.

La mayoría se decidió por preparar algún plato, mientras que otros construían una banqueta de madera o algún juguete. Uno de los niños hizo un coche que era muy original y hasta se podía dirigir con un volante. Lo había hecho con unas cuantas ramas y hojas de palmera para darle forma y que sirvieran como guía. Para las ruedas habían recortado redondeles de las suelas de unas chanclas viejas y como chasis del coche usaron un par de latas de sardinas.
Pero los que me enamoraron fueron los cocinillas. Todos eran capaces de preparar su propio fuego. Si pienso en cuando, hace unos años, ni mis amigos y yo sabíamos hacer un fuego decente para una barbacoa, aun teniendo de todo como carbón vegetal, pastillas de encendido… Y estos enanos con sólo unas maderas y poco más ya estaban cocinando en cuestión de minutos.

Me impresionaba verles tan pequeños y lo bien que se manejaban, cortando el pescado y la verdura con esos cuchillos enormes y afilados. En España, ¿quién dejaría a sus hijos ir a la escuela con estos cuchillos? ¿O les dejaría cocinando solos con fuego y demás? ¿Será que somos demasiado protectores e infantilizamos más de la cuenta a los niños?
La verdad es que era maravilloso verlos así de desenvueltos y autónomos, y además tanto los niños como las niñas ¡lo estaban pasando en grande! También porque, a pesar de ser un examen, no había atisbo de competición entre ellos. Todos se estaban ayudando y se prestaban las herramientas e ingredientes. ¿Cómo hubiera sido de distinto este escenario en cualquier país "desarrollado" donde prima la competitividad? Véase el propio programa Masterchef.
Cuando ya estuvo todo preparado, como requisito indispensable para cualquier examen, llegó la hora de la evaluación. Para ello prepararon en una de las clases, una fila de mesas donde expusieron sus creaciones con sus respectivos nombres de los platos y autor/a, acompañados con su bebida, pan y todo. Entonces, los profesores y nosotras, las voluntarias, fuimos probándolos de uno en uno y dando nuestra nota.
Ellos estaban muy orgullosos. Nos llamaban todo el rato para que no se nos pasara por alto probar alguno de sus platos o ver sus inventos. Y cuando les decías “¡¡Guaaaau, buen trabajo!!”, te sonreían tan contentos e iban corriendo a contarlo a sus compañeros/as "¡Madame me ha dicho que estaba muy rico! ¡Que he hecho buen trabajo!". La verdad es que la mayoría de los platos estaban geniales. Solo hubo alguno que andaban con un 10% debajo de la dosis mortal de sal.

Desde mi humilde opinión, creo que habría muchas cosas que cambiar en el sistema educativo camerunés (al igual que en el nuestro). Pero esto, sin embargo, me parece algo muy importante de lo que aprender y aplicar para nuestros propios programas de educación en los que primen la creatividad y la cooperación.

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